1 nov 2014

LA DECENCIA DE LA POLÍTICA. por Manuel Andrés González Rivera

ABSTRAERSE estos días del clima de descontento generalizado en España hacia la clase política por los escándalos de corrupción es imposible. En la calle, en las redes sociales, en los medios de comunicación, la opinión mayoritaria es de rechazo absoluto y hostilidad creciente hacia los políticos. 

Comprensible es este estado social cuando aún padecemos los efectos devastadores que ha traído la crisis. Son muchos los casos de corrupción que se están instruyendo o juzgando en estos momentos y, por tanto, es normal y entendible el alarmante desapego y el hartazgo social hacía quienes deberían estar al servicio de los españoles. 


Soy de la opinión de que hay que poner freno a la corrupción. Y quien se aproveche de su cargo para llenarse los bolsillos no solo debe ir a la cárcel, sino que, además, debe devolver lo expoliado. Hay que ser implacable ante este tipo de casos. Y hacen falta reformas consensuadas entre todos los grupos políticos para poner coto a este tipo de prácticas. 


Los políticos deberíamos parar, frenar en seco, reflexionar y poner en marcha medidas eficaces tendentes a erradicar los casos de corrupción política que están poniendo en riesgo las bases de nuestro sistema democrático. 


Pero, también y ahora que la espiral de descontento crece y se instala en la seno de la sociedad de modo generalizado, es momento de romper una lanza por los políticos honrados. Que los hay. Es más, son la inmensa mayoría. 


La noble tarea de la política la ejercen en España miles de hombres y mujeres honrados que hoy están bajo sospecha injustamente por culpa de unos cuantos que han envilecido el desempeño del servicio público. Gente de todos los partidos políticos que se han acercado a unas siglas no para preocuparse de los ciudadanos, sino para aprovecharse de ellos. 


A estos últimos es a los que hay que desterrar y ponerlos a los pies de la Justicia para que paguen por su desmanes y para que no ensucien la labor de millares de personas que, en muchos casos, sacrifican su vida personal y familiar por ayudar a construir una sociedad más justa y mejorar la vida de sus vecinos y vecinas. 


En el PP no rehuimos la autocrítica. Es más, abogamos por perseguir y castigar la corrupción. Y se están tomando medidas, aunque aún queda mucho por hacer. 


Como presidente del PP de Huelva me veo en la obligación de dar la cara por aquellos y aquellas que todos los días demuestran que políticos no sólo son aquellos que saltan todos los días a las portadas de los periódicos y a los titulares de televisión. 


Hay otra política, que no vende. Que no abre informativos. Es esa política callada que a diario se hace en esta provincia y que es eclipsada por los escándalos. 


Una política que ejercen en Huelva 256 concejales, alcaldes y cargos públicos de los PP. Personas honrados, honestos, que cada día trabajan por los onubenses. Para que tengan más infraestructuras. Menos impuestos. Más servicios. Más derechos. Gente que, en su gran mayoría no cobra un solo céntimo de euro. 


Son hombres y mujeres que en los 79 pueblos de esta provincia les quitan horas a su familia, a su tiempo de asueto o a sus trabajos -con los que se ganan la vida-. Gente que está las 24 horas del día dispuesta a escuchar a sus vecinos. Que se lleva los problemas de los demás a casa. Que es el altavoz de las necesidades de los ciudadanos y ciudadanas de sus municipios. Gente que pelea a diario por la mejora de una calle, por un puesto de trabajo para aquel que está en paro, por la construcción de un centro de salud, de una guardería. Desde el gobierno o desde la fría oposición. 


Personas que nunca ocuparán una portada de un medio de comunicación, pero que nos hacen la vida más fácil y realizan una labor imprescindible. Son personas que sacrificando y, en muchos de los casos, complicándose la vida y sin percibir ningún tipo de remuneración, sólo por vocación de servicio público, están permanentemente a disposición de los demás. Gente a la que, injustamente, se mete en el mismo saco que al corrupto, aquel que, quizá, nunca haya peleado por todo lo anterior. 


Hoy, unos cuantos eclipsan a miles de políticos honrados que no sólo no se llevan un euro de los demás, sino que, incluso, estar en política les supone poner dinero de su propio bolsillo. 


Ahora que está tan de moda hablar de castas, deberíamos reparar en que hay una casta, ésta sí con mayúsculas, y quizá invisible en este estado de descontento generalizado, que ejerce con honradez su vocación por el servicio público. 


Éste y no otro es el verdadero sentido de la política. Acabemos con la corrupción. Seamos implacables con ella. Pero no enterremos a aquellos y a aquellas que todos los días trabajan por una sociedad más democrática, con más oportunidades y por el bienestar de los demás. En esa política creo, creen mis compañeros y compañeras del Partido Popular, y por esa política con mayúsculas es por la que voy a seguir luchando.

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